sábado, 15 de marzo de 2008

LAS NOCHES DE NEMER

En una aldea llamada Kameshli residía el joven y apuesto Nemer. Nemer era un muchacho alegre y divertido, aunque tenía un gran defecto...: era tremendamente vago.
Únicamente vivía para disfrutar de la noche y gozar del momento. Debía dinero a todo el mundo, más nadie se atrevía a reclamarlo, pues Nemer era tan bello , angelical y conocedor de sus armas de seducción, que la aprovechaba para sonreir y mirar languidamente. Tal era su dulzura que hasta te hacía sentir mezquino por haber siquiera pensado reclamarle el abono de la deuda.


Mientras tanto, el gandul, seguía saliendo todas las noches, reuniéndose con sus amigos en los locales nocturnos donde bebían, apostaban dinero, jugaban y se relacionaban con mujeres de mala reputación.
Pero una noche todo cambió...en efecto, aquella noche Nemer salió de su pequeña casa en dirección a la taberna a la que asiduamente era habitual. Las calles estrechas estaban tan oscuras que apenas podía ver o intuir los alacranes que asomaban a su paso.
El ambiente de la noche era especialmente extraño. Las calles normalmente iluminadas y transitadas, estaban hoy oscuras y desérticas.
Sin duda todos duermen- meditó Nemer
Pero a medida que iba avanzando por las callejuelas, la soledad de su caminar se tornó mayor. No se escuchaban ni los grillos ni los sapos que cantaban todas las noches y Nemer comenzó a sentir miedo. Continuó caminando hasta que entró en la plaza de la República, donde estaba la taberna en la que supuestamente le aguardaban sus amigos.
No obstante, la taberna y el resto de locales nocturnos estaban esa noche cerrados.
¿Dónde están todos?...¿dónde están mis amigos?- se preguntó -La noche está vacía de vida...
Extrañado decidió regresar a casa y comenzó a andar a paso ligero. Y así, cuando estaba ya a pocos metros de su casa, despertó su atención una música que sonaba cerca de allí y que provenía de un callejón lateral.
La curiosidad le encaminó hacia el callejón donde se encontró a un grupo de hombres y mujeres que bailaban y reían alrededor de un fuego. Aquellas personas al percatarsde de su presencia le invitaron cordialmente a participar de la reunión. Nemer aceptó encantado.
De esta manera, pasaron las horas comiendo, bebiendo y bailando alrededor del fuego hasta la aurora, momento en el que el grupo decidió continuar la fiesta en los baños públicos de la aldea.
No obstante, como Nemer estaba ya muy cansado rechazó esta última parte de la juerga, pero el grupo insistió hasta hacerle cambiar de opinión; al fin y al cabo un baño antes de dormir no le iría nada mal.
Al entrar en los baños públicos, se desnudaron y se metieron en una de las piscinas donde chapotearon, saltaron, nadaron y lo pasaron en grande, especialmente el joven mozo que estaba coqueteando con una bella muchacha.

Mas, en un momento determinado, sucedió algo extraordinario que le hizo creer tener visiones: observó que los ojos de la chica se tornaban rojos, que sus dientes oscurecían y que sobre su linda cabecita emergían sendas orejas, que más que orejas de liebre, parecían cuernos.
También la nariz se alargó y ya no era la bonita niña del primer momento sino un monstruo cuyas manos se asemejaban a las pezuñas de un animal.
Nemer chilló de espanto pues sólo la niña se había transformado en un conejo sino que ahora todo el resto del grupo formaba un rebaño de macabras liebres a su alrededor.
Salió del agua y huyó como un trueno, desnudo y tiritando de frío. Corrió y corrió hasta que llégó a las puertas de su casa, donde le esperaba su amigo Karim, que preguntó asombrado:
¿Qué te ha sucedido?...
Pero Nemer no pudo contestar...
Entraron en la casa. Nemer se vistió primero y después se sentó junto a su amigo en torno a la mesa del comedor iluminándose con un quinqué. El joven narró la terrible experiencia a su amigo, en tanto que éste fumaba tranquilo y un poco aburrido. Cuando el angustiado Nemer hubo terminado su historia, Karim nuevamente le preguntó:
¿De verdad que las manos de dicha muchacha eran como las pezuñas de un conejo?...
Si, si, lo juro, eran como las de una liebre - afirmó Nemer horrorizado.
Y continuó interrogando su amigo:
¿Eran sus manos quizá como las mías?...

En aquel instante Nemer se dió cuenta de que se hallaba compartiendo mesa con el mismísimo diablo. Las manos de aquel hombre eran también como las pezuñas de una liebre, y ya nada lo podría salvar. Había invitado en su hogar a la propia muerte. Y en tal situación se prometió a sí mismo que si sobrevivía a su fatal destino no volvería a trasnochar.

FIN

No hay comentarios: